
¿Qué hace ese hombre conmigo que no me quita los ojos de encima?
¿Cómo puede adivinar mi pensamiento, mi deseo, mi rabia?
¿Cómo puedo deshacerme de lo que el fuego esta petrificando?
Los dichos…el viejo refrán de un hombre culto que aplasta la prudencia.
Ese hombre que no se calla.
Habló por mí, por los que estaban y por los que en algún momento vendrán e intentarán poner fechas a los acuerdos de su labia.
No se que pensar ni como sentirme cuando otra personalidad desplaza.
No se si serán motivos divinos que articulan los músculos linfáticos, cefálicos, no se que función enciende su verbo pero explota tan negro delante de mis ojos, que me pongo verde inundando de vomito la envidia que cae de su tal descaro, olvidando el sentimiento sumiso de no responder al menos en silencio mi propia replica.
Ante semejante estridencia, ¿Como no podré tragarme las ideas y dejarlas como justa saliva de mi único alivio?
No puede provocarme tanto. No debe.
Es más que un hermano.
Un compañero ideal.
Pero el yo-yo-yo-yo-yo-yo-yo, es wagnerianamente incomodo.
¿Cómo encontrar un punto de paz?
Escuchándonos quizás, todo el rato, eternamente sin condiciones.
¿Podrás?